La espalda de Roger Federer es uno de los factores más importantes en la previa y en el durante de la finalísima de la Copa Davis, la serie con más rating en los últimos -y seguramente próximos- años. Roger no hacía tenis desde el sábado y recién hoy practicó media hora en el polvo de ladrillo de Lille, un día antes del sorteo y dos antes de su partido, exigente en lo físico, ante Gael Monfils.
Francia toma más fuerza, también más presión. Sobre este punto, que se asume propio de la competencia y la instancia, nos explayaremos en este post. Más allá del factor físico, que es importante, más allá del historial previo de los duelos entre los singlistas, la estrategia de los capitanes, la condición de local y visitante, la preparación mejor o peor, se presentan este fin de semana cuatro o cinco jugadores con mucho para perder o al menos para dejar pasar. Cómo asimilen el valor de lo que está en juego, cómo venzan al miedo que sentirán, influirá decisivamente en el resultado.
Por ello, más allá de lo que se lee hoy en las noticias, la cabeza, el temple, vuelven a ser fundamentales.
LA PRESIÓN DE LA DAVIS
La futbolización y el marketing nos quisieron hacer creer (?) que la Copa Davis es igual de importante que un Mundial en el fútbol, de hecho así la llaman ahora en la ITF («The World Cup of Tennis»), pero más allá de esta situación, es cierto que es una competencia con características especiales, que se resumen en esta línea que alguna vez habrán leído: el tenista encuentra en la Davis más gente a la que defraudar. Por más que se encuentre solo, en sus victorias y derrotas hay más gente involucrada, entre compañeros de equipo y público partidario. Se suman puntos de a varios para garantizar la victoria o lamentar la derrota.

De ahí que la presión sea distinta, más allá que lo de los colores, la patria y demás se exageren. Aquel jugador que pueda volver a la raíz de su actividad, que se pueda abstraer y asuma el rol individual (en los singles) que le impone la competencia y abrace la responsabilidad de sumar en conjunto actuando en soledad; aquel que utilice la situación como un empuje, ganará la batalla.

LA PRESIÓN DE LOS FRANCESES
Jo-Wilfried Tsonga (29 años), Richard Gasquet (28) y Gael Monfils (28), más atrás Gilles Simon (29), Julien Benneteau (32) y alguno que se haya sumado circunstancialmente como Michael Llodra (más veterano, 34) o Paul-Henri Mathieu (32), conforman una generación única, de la cual se esperaba un título de Roland Garros (a lo mejor que llegó fue a semifinales) o, por ejemplo, una Copa Davis.
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